la pared

Caminábamos a gatas y susurrábamos tonterías al oído. Estábamos completamente borrachos. Si te caías me partía de risa, si me caía yo, te partías de risa tú. Así estuvimos un buen rato, repostando cada cierto tiempo tragos de vino de la tercera botella. Nos sentamos muy juntos apoyados en la pared, los sillones eran para sobrios. Nos dijimos algunas cosas que sin la ayuda etílica sonarían raras. Aún así nos hacía gracia, todo nos hacía gracia. Te besé en el cuello durante casi dos segundos. Busqué tu olor profundamente, esa mezcla de olor a champú y a perfume. Reconozco que me estaba enamorando. Aunque no sé bien si era un enamoramiento hacia ti o hacia el momento. Tu no me besaste el cuello, pero te dejaste hacer lo propio con el tuyo. Te levantaste como pudiste y te fuiste al baño. Yo no me moví, continuaba sentado apoyado en la pared. De alguna manera estaba esperando algo, lo que fuera. De repente te escuché al final del pasillo, en el baño, haciendo todo lo posible por vomitar.

Eso fue definitivo. A tu vuelta nos sentamos en los sillones y me comentaste lo mareada que estabas. Ya no habían tantas risas, tan solo tenías ganas de que se te pasara la borrachera, el mareo y el malestar. Yo tenía ganas de volver a estar sentado junto a ti apoyados en la pared.

Nunca hablamos de ello.