por Samuel, de Aburrido Cósmico

jueves, 4 de marzo de 2010

la suerte, la mala suerte.




Me compré tres búhos de la suerte y tardé varios días en encontrar una pata de conejo con dimensiones ideales para cualquier bolsillo. No escatimé en esfuerzos y también llevaba encima unos dientes de ajo. Nunca, bajo ninguna circunstancia, pasaba por debajo de una escalera ni pasaba el salero de mano en mano. ¿Por qué levantarse con el pie izquierdo pudiendo hacerlo con el derecho? Jamás aposté al 13. Y entre apostar al rojo o al negro, el rojo era mi color. Nunca llevé nada amarillo encima las veces que eventualmente actuaba en un pequeño teatro. Terror les tenía a los gatos negros y sus poderes maliciosos. Y ni se me pasaba por la cabeza en noche vieja no llevar alguna prenda interior de color rojo. Pisar una mierda siempre fue una noticia agridulce. La de veces que discutí contigo cada vez que abrías un paraguas dentro de casa solo por molestarme! Y ni que decir tiene las verdades como puños que dice Murphy con sus leyes incontestables.

Pasaron los años y me seguía mortificando en buscar y acercarme más a la suerte. Y otra cosa no menos importante: huir de la mala suerte. Sin embargo, jamás (o por lo menos a día de hoy) me tocó ninguna lotería. Me han robado el coche alguna que otra vez. Me he caído con consecuentes fracturas de hombro. Me han roto el corazón y lo he pegado con cinta adhesiva.


Ahora, almuerzo y ceno conejo y no guardo las patas (las devoro). El ajo también me lo como. He comprendido que los búhos esos diminutos, no son más que un objeto decorativo y que las galletas de la suerte no es más que un juego. Visto de amarillo cuando me da la gana y si me encuentro una escalera y puedo cortar camino pasando por debajo, pues lo hago.

Lo de abrir el paraguas en casa, me supera. Y siempre queda una frase recurrente:


Por si acaso.

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